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el cadáver. Tras esto, se organizó una solemne procesión fúnebre. Entre las luces de los cirios y de las hachas que portaban en sus manos los acompañantes y al sonido monorrítmico de los salmos e himnos que resonaban por los aires, desfilaba lentamente la procesión, que más que un cortejo fúnebre parecia la marcha triunfal de un héroe vencedor en mil batallas. Entraron en Santa Maria. Posaron el cadáver y se celebraron solemnes exequiasly, por fin, el cuerpo del bendito Santo de Padua recibió sepul– tura en la iglesia de aquel convento, para él tan querido. Era martes, 17 de junio de 1231. * * * Lo más digno de admirar es que precisamente en aquel martes, día del entierro de San Anto– nio, en Santa Maria de Padua hubo algo así como una maravillosa epifanía de lo que este Santo iba ser para el pueblo cristiano. Dios quiso hacer en aquel día una clara manifestación de· la santidad y de la poderosa intercesión de su ama– do servidor. Cabe su sepulcro se obró toda un~ serie incontable de milagros. Sanaron los enfer– mos. Hub~ ciegos que recobraron la vista. Los mu- 212
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