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sa al mismo tiempo pronunció unas palabras que nadie pudo entender. Los que se hallaban presentes le creían sumido en inefable éxtasis.. Mas un religioso, que le asistía de cerca, incli– nándose hacia él le preguntó con fraternal in– timidad: -¿Qué miras, hermano? Fray Antonio, sencillamente, le contestó: -Veo a mi Señor. Sí, Fray Antonio veía al Señor. Veía a aquel Señor a cuyo servicio se había consagrado toda la vida, desde sus más tiernos años. Veía a aquel Señor a quien habia amado con verdadero apa- . sionamiento del alma y por quien había sopor– tado los sacrificios más heroicos. Veia a aquel Señor, que era toda su ilusión, toda su felicidad. * * * El hilo de la vida de Fray Antonio estaba para romperse. U1í' religioso pensó, y con razón, que era llegado el momento de administrarle la San– ta Extremaunción, y le dio a entender al Santo su intención. Fray Antonio le dijo confidencial– mente: -No es necesario que me unjas con este Sa– cramento, porque he tenido ya otra unción inter- 201
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