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Después de llegar a Arcella, acomodado en un pobre lecho, quedó unos momentos adormecido. E~to hizo concebir un rayo de esperanza. Pero Fray Antonio conocía muy bien que su fin se aproximaba. Lejos de ilusionarse con la mejoria, no pensó sino en disponerse para el viaje a la eternidad. Pidió a un religioso que lo confesara. Después le fue administrado el Santo Viático. La presencia de Jesús sacramentado en su alma le llenó de fortaleza y de consuelo. Tenía a Jesús en su ·corazón, al que amaba con todo el incendio de su alma enamorada. Jesús Eucaris– tía babia sido el más tierno amor de su vida. Por El habia sufrido y luchado; por El se había sacrificado y había defendido valientemente su presencia real en el Santísimo Sacramento con– tra los herejes que combatían este Dogma. Se sentía feliz en aquellos momentos. Tras su fervorosa acción de gracias, quiso desahogar la alegría represada en su alma y, para ello, entonó su canto predilecto a la Virgen Maria: O gloriosa Domina. Sus ojos se habian llenado de lágrimas. Lágrimas de amor, de fer– vorosa devoción, de gratitud, de alegría desbor– dante y beatifica. De pronto, sus ojos se fijaron en un punto determinado. Su rostro parecía inundarse de una luz extraña e irradiando una inefable sonri-
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