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-Hermano, con tu bendición iría al convento de Santa María de Padua por no ser gravoso a estos frailes. Deseaba morir en su querida Padua. Padua habia sido su última conquista. Alli estaban los miles de almas que él habia convertido y santi– ficado. Padua era el mejor sitio para el reposo de su cuerpo, gastado por la enfermedad y los trabajos de su apostolado. Padua tenía derecho a ser el lugar de su nacimiento para el cielo. Fray Rogerio y los demás hermanos compren– dieron los deseos del Santo y se apresuraron a complacerle. Con toda urgencia, se improvisó una silla de mano, ºhecha de ramas de árboles, y en ella ·colocado el Santo, enfermo, emprendie– ron el camino de Padua. Unos hombres robustos transportaban la silla. En la comitiva iban Fray Rogerio y el Conde Tisso. Mientras caminaban lentamente, el Santo iba como arrobado, reflejando en su rostro un halo celeste. Comenzaba el crepúsculo. A lo lejos, ba– ñada por la luz dorada de la tarde, aparecia Pa– dua con sus torres y muros almenados. Fray An– tonio, ante la visión lejana de su querida Padua, sentia ensanchársele el corazón, aunque todavía tardarian en llegar a ella. Fray Antonio iba rápidamente desfalleciendo. Sus acompañantes y sus portadores dudaban si 196

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