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ción para comer con los demás hermanos y así no serles gravoso en llevársela. Su cuerpo iba desfalleciendo de dia en dia: pero su alma se fortalecía ton Ja divina caridad. Su vida era ya completamente celestial. El pens samiento de Dios y del cielo no se apartaban un momento de su mente. Por el dia, escuchaba el canto de las alondras y siguiendo su ejemplo no deseaba sino remon– tarse al cielo cantando las alabanzas de Dios. Por la noche, escuchaba el canto del ruiseñor y sentia vivos anhelos de haUarse ya en la presen– cia del Señor, donde no hay jamás noche y todo es cantar jubilosamente. Como hijo auténtico del Serafín de Asis, escu– chaba en toda la naturaleza misteriosas voces que le hablaban del Amado de su corazón. Pero el verdor del bosque, el canto de las aves, los templados soplos de la brisa primaveral henchi– da de fragancias, los rayos del sol que se filtra– ban suavemente por entre las hojas de los árbo– les y los resquicios del cielo azul que se perci– bían a través del boscaje, si bien elevaban su alma, no eran sino un pálido reflejo de lo que Fray Antonio contemplaba en su espíritu duran– te aquellos dias deliciosos en que vivia más en el cielo que en la tierra. La Sagrada Escritura era su alimento espiritual y en ella meditaba inten- 193

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