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En torno al castillo había un espeso bosque, y en medio de él se alzaba un nogal gigantesco como rey de la floresta. Destacaba entre todos los demás árboles por su amplia copa, cubierta de tupido ramaje. Apenas llegar Fray Antonio se internó en el bosque. Le piada contemplar los árboles, a la sazón todos reverdecidos. Le agra– daba en gran manera escuchar el canto de los pájaros y el susurro de la arboleda. El aire puro del campo penetraba en sus pulmones y tonifi– caba su cuerpo. Recorriendo el bosque con sus acompañantes se ·acerca al nogal gigantesco. Como movido por divina inspiración mostró deseos de que le aco– modasen una celdita en las ramas mismas del árbol. El conde hizo que cuanto antes fuera complacido, y así le hicieron una cabaña de ramaje, la que fue cubierta con un tejadillo de juncos. Allí instalado, Fray Antonio pasó los últimos días de su vida. No parece sino que quería dejar la tierra y vivir cerca del cielo, aquellos días ple– nos de vida sobrenatural, de ansias de Dios, de aspiraciones de la vida eterna. Transcurría todo el día en su celdita de rama– je y también toda la noche, excepto un rato por la mañana, en que bajaba a celebrar la santa misa. Igualmente bajaba a la hora de la refec- 192
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