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apetecido retiro en Camposampiero, rodeado de un ameno bosque. Alli se dirigió el Santo. Era .el 30 de mayo, quince días antes de su muerte. Siguiendo el camino que lleva a Cam– posampiero llegó a una colina que domina a Padua. En aquella altura se detuvo un momen– to. Contempló el panorama que ofrecía Padua. Vio sus torres, sus palacios, los huertos y jardi– nes en flor que había en sus alrededores, las praderas verdes, salpicadas de blancas margari– tas, las mieses que balanceaban sus espigas, que empezaban a amarillear. De pronto, levantó sus ojos al cielo. Se quedó un instante como en éxtasis, en el que le fue revelada la proximidad de su muerte y cómo en aquella ciudad tan que– rida para él, habian de reposar sus restos mor– tales. Vuelto entonces a ella, alzando sus dos manos, le dio su bendición, como un día su Pa– dre San Francisco bendijera Asís, y así dijo en alta voz: -¡Bendita seas, oh Padua, por la hermosura que en ti se encierra y te circunda! ¡Bendita seas por la riqueza de tus campos! ¡Bendita seas también por la corona de gloria que el cielo te prepara en este momento! Dicho esto prosiguió lentamente su camino con su compañero de viaje, el cual, aun sin en- 188

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