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zas, ni las oraciones de las almas santas, ante la obstinación en la maldad de ciertos hombres como Ezzelino. La gracia de Dios se detiene ante las barreras de la libertad humana. San Antonio había conmovido a Padua. Había logrado convertir innumerables almas, y sin em– bargo toda su elocuencia y toda su santidad fra– casan ante la rebeldia de un hombre enfurecido. ¡Misterios de Dios! ¿Quién puede penetrar en el fondo de los corazones de los míseros humanos? La resistencia a la gracia, fruto de la libertad humana, es algo inexplicable; pero que no pocas veces es una lamentable realidad en muchas al– mas, para las cuales son inútiles todos los me– dios de conquista para el reino de Dios. * * * Fray Antonio ya estaba agotado. La enferme– dad se iba agravando por momentos. Necesitaba volver a su reposo. Su espíritu también apetecia el retiro, a fin de volver a gozar a sus anchas de la divina contemplación. Buscaba la soledad para respirar la atmósfera de la cercanía de Dios. Y el Señor accedió a sus deseos. El Conde Tisso le invitó de nuevo a gozar del 187
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