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rencores del corazón de los paduanos. Se puede afirmar que consiguió la paz interior de la ciu– dad. Mas terminada su predicación intentó paci– ficar a Padua con Verona, haciendo lo posible por alcanzar la libertad de los prisioneros de Padua que yacían bajo el poder y la tiranía de Ezzelino. Se puso en camino de Verona, habló con el podestá y hasta logró entrevistarse con el mismo Ezzelino. Llegado a su presencia, tuvo la santa osadía de increparle en estos términos: -¿Hasta cuándo, cruel tirano, proseguirás derramando sangre inocente? La espada del Se– ñor está suspendida sobre tu cabeza, y tu juicio será terrible. Los soldados de Ezzelino respiraban furiosa ira. No hadan sino esperar la señal de su jefe para echarse sobre el atrevido fraile y cortarle la cabeza. Pero en vez de la orden esperada por los soldados, se llenaron de asombro al ver que el mismo Ezzelino caía a los pies del Santo para prometerle la enmienda. Después, dijo a sus sol– dados, que estaban admirados ante su inespera– do gesto: -Me pareció que los ojos de ese fraile despe– dían rayos y que yo iba a ser precipitado en el abismo. Con todo, Ezzelino no se enmendó de su mala vida ni quiso soltar a los prisioneros de guerra. 185

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