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tranquilo en su casa confortable, mientras sentia silbar el viento y contemplaba el oleaje de la ria. De pronto, oye unos golpes a la puerta de la calle. Fernando piensa al momento: -Será un pobre que llama. Y sin más, sale corriendo a abrir: Abierta la puerta, se llena de asombro. No es un pobre corriente el que se presenta ante sus ojos. Es un niño encantador en extremo. Mas llega descalzo, cubierto con una sencilla túnica y sobre sus espaldas trae un saquito de mendigo ambulante. Fernando no sabe qué pensar de él. Ya está dispuesto a darle una buena limosna, como se lo pide su generoso corazón; mas antes quiere preguntarle: -¿Qué llevas en ese saco? -¡Mira! -le dice el pequeño mendigo. Al mismo tiempo, le abre el saquito, y Fernando queda todo admirado al ver su conte– nido. Eran corazones. Corazones vivos y palpi– tantes que parecian arrojar de si rojas llamas. Fernando ya no puede resistir el deseo de saber quién habrá de ser aquel niño tan extraño; Por eso le pregunta: -Dime, pequeño, ¿quién eres tú? -Soy hijo de un Rey -le contesta el nmo mendig~ y recorro el mundo mendigando los corazones de los hombres. Con esta intención he 16
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