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sermón. Se veian ilustres caballeros y elegantes damas dejar sus mullidos lechos eh las primeras horas de la madrugada y provistos de linternas acudían al lugar de la predicación. Presidia el auditorio el Obispo de Padua, Jacobo Conrado, el cual habia recomendado a su Clero que acu– diera a escuchar al prodigioso predicador del Evangelio. * * * Ocurría frecuentemente que, en el desborde del entusiasmo popular, muchos fieles se abalan– zaban sobre él para c.ortarle algún pedazo del hábito, a fin de poderlo guardar como reliquia. Por eso, para evitar violencias nada agradables para él, el Santo, en seguida que terminaba el sermón, se daba traza para desaparecer cuanto antes sin que nadie se apercibiera de ello. Otras veces esperaba oculto hasta que la multitud se dispersara y asi poder regresar en paz al conven– to de Santa Maria. Como todas estas precauciones no bastasen, se hizo necesario que fuera protegido por una nu– merosa escolta de hombres fuertes que le defen– dieran de cuantos pretendían acercarse a él. 177

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