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habitación, llevando impreso en su alma cuanto había visto. Pero, al momento, salió el Santo de su aposento y estrechó al conde entre sus brazos y le obligó a prometerle que guardaría silencio de todo cuanto había observado aquella noche, mientras Fray Antonio viviera. El conde le hizo la promesa exigida por amor de Aquel que había contemplado, según se lo pidi6 el Santo. Tras esto, el conde se retiró a su habitación dispuesto a cumplir su promesa. Mas lo que ha– bía visto quedó hondamente grabado en su alma hasta que le llegó a transformar por completo. Poco a poco, fue desprendiendo su corazón de todas las cosas de la tierra para dedicarse al servicio de Dios. Honores, riquezas y placeres del mundo son nada para el que una vez tan sólo ha visto la hermosura del Señor. Con el tiempo, abandonó el mundo y vistió un hábito de penitencia. * * * La visión del Niño Jesús viene a ser como el sello y ·marca en la vida de San Antonio de Pa– dua. Célebres artistas, sobre todo Murillo, se inspirarán en ella para evocarla en sus obras. La 172

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