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to. El conde acertó a pasar por delante del apo– sento del Santo. Una densa oscuridad cubría los pasillos. Mas he aqui que por los resquicios de la puerta de la habitación de Fray Antonio se vertian rayos de luz resplandeciente. ·El conde se sintió lleno de curiosidad que no pudo resistir, y al impulso de ella, se arrimó sin hacer ruido a la puerta y comenzó a observar por el agujero de la cerradura para ver de dónde partía aquella luz. Al punto se quedó lleno de admiración y asom– bro con lo que pudieron contemplar sus ojos. Fray Antonio estaba de rodillas ante la mesa: sobre la cual tenia abierta la Santa Biblia. Un niño hermosísimo sonriente, irradiando luces de cielo, se acercaba al Santo y le hacia objeto de sus caricias. El curioso conde se sentía como anonadado ante aquella escena celestial. No habia duda: aquel niño que hablaba y acariciaba a Fray An– tonio era el divino Niño de Belén, cuyos miste– rios se celebraban por aquellos dias. Aquella visión explicaba toda la s-antidad de Fray Anto– nio. El amaba a Jesús hasta la embriaguez del amor, y Jesús atraído por el amor de Fray An– tonio, pagaba sus efusiones amorQsas con divi– nos coloquios y caricias. Después de contemplar la visión inundado de inexplicable gozo, quiso el conde retirarse a su 171
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