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pronto dedicarse a la predicación. Necesitaba descanso. Por eso, durante el otoño y el invierno, interrumpió sus tareas apostólicas. Permaneció en Santa Maria gozando del reposo de la vida conventual. A veces, ansioso de más recogimien– to, se iba a la residencia de Arcella y se compla– cia en permanecer en aquella soledad para él tan amable. Alli la naturaleza entera le hablaba de Dios y le convidaba a la divina cqntempla– ción. Su vida en Padua se deslizaba mansamen– te. Oraba, estudiaba, escribía. * * * Era entonces el Cardenal de Ostia Rinaldi dei Conti, Protector de la Orden, el cual más tarde fue Papa con ,el nombre de Alejandro IV. Este Cardenal le rogó que compusiera los sermones para las fiestas de los Santos de todo el año. Fray Antonio, deseoso de complacerle, puso manos a la obra. Comenzó a escribirlos, volcan– do en ellos la luz de su inteligencia y el fervor de su corazón. No es que entonces solamente se dedicara a escribir. Y esto es lo admirable en la vida de San Antonio: a pesar de su incesante actividad apostólica fue escritor. Se conservan de él varios 163

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