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su suelo. Contrastaban sus edificios grises con el verdor de su feraz y hermosa llanura, rodeada de suaves alcores. Los Frailes Menores tenian su convento en la misma ciudad, llamado de Santa Maria, y a las afueras de la población, aunque en lugar retirado, había un pequeño convento dependiente del de Santa Maria. El lugar era Arcella, que venia a ser un arrabal de Padua. Alli moraban algunos religiosos para servicio espiritual de las monjas clarisas. Ya dos años antes había Fray Antonio predi– cado en Padua, donde el fruto espiritual allí producido había sido copioso y que aún per– duraba. Por eso, los paduanos sentían por él profunda admiración y simpatía. No hay para qué decir por tanto la alegria que experimen– taron al verlo de nuevo entre ellos. Por otra parte, Fray Antonio se hallaba tan bien en Padua que venía a ser para él su segun– da patria. No sé qué presentía en eHa. Acaso su nacimiento para la vida eterna del cielo. Con todo, tal vez no adivinara que en la posteridad su nombre iria siempre unido al de aquella ciu– dad que le daba tan buena acogida y en la que pensaba gozar del reposo apetecido. Pero la ver– dad es que él había de ser llamado por el pueblo cristiano San Antonio de Padua. Al volver ahora a Padua, no pensaba por de 162
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