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a que te dediques a la oración y a la composi– ción de tus sermones. Las palabras del Pontífice llenaron de santa alegría el alma de Fray Antonio. Al fin se veia libre de cargos que perturbaran su vida interior. Podía retirarse a un convento, donde habría de gozar de paz en el estudio y la oración. Su es– píritu iba de nuevo a explayarse sin trabas ni ruidos en la contemplación de los divinos mis– terios de nuestra fe. Lejos de las mezquinas ruindades de los hombres, buscaría el refugio y el consuelo de su corazón sólo en Dios. * * * Es verdad que el trabajo apostólico le tenia ya agotado; que la enfermedad comenzaba a des– moronar su organismo; pero fuerte en su espíri– tu, retirado en cualquier convento solitario, en la paz de Dios, remontaría el vuelo de su alma al mundo sobrenatural y en nuevas ascensiones místicas se elevaría a la cima de la santidad más eminente. ¿Dónde habría de fijar su residencia? Esto no le preocupaba. Entregado como siempre a la voluntad de Dios, en todas partes se sentía bien. Acostumbrado a ser ave de paso, se con- 158
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