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avariento y usurero. Y al infierno ha sido desti– nado. Las palabras del Santo resonaron en los oídos de los oyentes como un trueno inesperado. Unos se llenaron de admiración, otros de rabia. Al momento se levantó un murmullo general contra el predicador. -¿ Cómo será capaz de tanto atrevimiento? - decían unos. -¿ Cómo tendrá cara para hablar de esa ma- nera? -repetían otros. -¡Que se calle! ¡Que se baje! Pero Fray Antonio, sin inmutarse, dominando con su mirada y su gesto el auditorio, prosiguió diciendo: -Si, está condenado. Id si no y abrid el cofre donde guardaba su dinero y allí, entre monedas de oro, hallaréis el corazón. Fueron, el} efecto, a la casa del usurero. Abrieron su cofre y entre el oro y la plata estaba su corazón aún caliente. Después, por orden del Santo, fue abierto el pecho del difunto y vieron que le faltaba el corazón. La muchedumbre estaba consternada. Lágri– mas de penitencia brotaron de todos los ojos. El número de conversiones fue considerable. Al rico usurero se le negó cristiana sepultura y su cadá– ver fue arrojado al muladar. De este modo, iba Fray Antonio recorriendo 150
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