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Digno es de notarse lo que acaeció en Cremona. Se c0nstruía allí un convento para los Frailes Menores. Fray Antonio dirigía las obras y, yendo de camino, encontró a un labrador con su carro. Fray Antonio le rogó, por amor de Dios, que le hiciera el favor de transportarle algunas piedras para el edificio. Rehusó el labriego la petición y dio la excusa de que llevaba en su carro a un hijo suyo que estaba muerto y lo iba a enterrar. Al mismo tiempo, señaló a un joven tendido en el fondo del carro que se hacia el difunto. Fray Antonio, sencillamente, dijo al labriego: - ¡Vete en nombre de Dios! El labriego siguió adelante camino del campo. Habiendo salido de la ciudad, se acercó al carro para celebrar con risas, con el joven que se hizo el difunto, el engaño con que se habían burlado del fraile. Mas se quedó mudo de asombro. El joven estaba muerto de verdad. Entonces el la– briego comenzó a lamentarse de su desgracia. En seguida volvió atrás, buscó al Santo y con lágrimas en los ojos, le pidió perdón por su burla. El Santo le amonestó, con dulces y al mismo tiempo graves palabras. Mas luego hizo la señal de la Cruz sobre el joven muerto, oró unos mo– mentos y el joven se levantó vivo y sano. El la– briego comenzó a dar gritos de alegría. Con este motivo hubo un gran revuelo entre la gente del 148

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