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vincia a visitar los conventos y exhortar a los frailes a una santa vida. Con todo, aun en medio de las tareas de su Provincialato, siguió ejercien– do su apostolado entre los fieles cristianos. Pre– dicó en varias ciudades con el mismo fervor y la misma sabiduría de siempre. Aunque no se _sabe cuándo, al parecer fue por estas fechas enviado a Roma por el Ministro General para tratar cierto asunto. Estando en Roma, fue invitado a predicar en la Corte Pon– tificia por el Papa Gregario IX, gran admirador de Francisco de Asís y muy amante de la Orden Seráfica. El auditorio era numeroso y selectisimo. Ha– bía varios Obispos y Cardenales, presididos por el mismo Sumo Pontífice. Fray Antonio, en su sermón, expuso las Sagradas Escrituras con ele– vada elocuencia y admirable profundidad. El Papa se sentía entusiasmado al oír al predicador franciscano. Al terminar Fray Antonio su discur– so, el Pontífice no pudo contener su admiración, y en una explosión de entusiasmo por aquel hijo del Pobrecillo de Asís, hizo de él este celebradi– simo elogio: -Esto es un Arca de ambos Testamentos y depósito de las divinas Escrituras. La estancia en Asís y Roma renovaron los fer– vores de Fray Antonio. Le infundieron nuevas 142

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