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santo retiro que tonificaba su alma y le dejaba todo abrasado en el santo amor de Dios. Muy pronto tenía que acudir al trabajo que le exigian las almas de sus súbditos y las de los fieles cristianos. Dejaba las dulzuras de la divina contemplación por cumplir la voluntad de Dios y poder continuar sembrando el bien por los pueblos y ciudades que reclamaban su pre– sencia. La estancia en Francia tocaba a su fin. Permaneció allí poco más de dos años. Residió en varias ciudades: Montpellier, Tolosa, Puy, Bourges, Limoges. Recorrió pueblos y ciudades, dejando por todas partes una estela de fragancia evangélica. Sus palabras y consejos lograron hacer mella en muchas almas que convirtió y en obras que enfervorizó en la divina caridad. Según nos vamos adentrando en la vida de San Antonio de Padua, vemos que el Señor disponía las cosas de tal manera, que no pudiera estar mucho tiempo en un mismo lugar. Venía a ser como ave de paso que no tiene asiento en ninguna parte. Su destino era un vivir andarie– go, en el que por doquier iba, como buen fransciscano, sembrando la paz y el bien. Seme– jaba un heraldo del cielo, a quien se ha confiado anunciar el mensaje de Dios a los hombres. Tenía mucho de parecido con el divino Nazare- 133
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