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sentía ansias de soledad. Es verdad que, no obstante aquel movimiento y agitación que requeria su siembra evangélica, conservaba siem– pre el espíritu de oración y devoción, según se lo había recomendado su Seráfico Padre. Pero deseaba un trato más continuo y más intimo con Dios. Apetecía algún lugar solitario en que pudiera mantener su espíritu inmerso en la divina contemplación. Por eso, se llenó de alegria cuando un devoto, f'ico habitante de Brive, edificó para los Frailes Menores un pequeño eremitorio en medio de un bosque, poblado de encinas y castaños. Aquello le recordaba a Olivares y a Monte Paulo. Cuando le dejaban libre los trabajos de su cargo de Custodio y las tareas de su apostolado, se retiraba alli para orar y hacer penitencia. También en este eremeterio habia una gruta muy parecida a la que habitó en Monte Paulo. En ella permanecía retirado Fray Antonio y transcurría horas enteras en altísima contempla– ción, todo absorto en el pensamiento de Dios. Al mismo tiempo, mortificaba su carne y gozaba en humillarse ante sus frailes. Aunque era el primero en dignidad, aprovechaba cualquier ocación para pasar por el último y más despre– ciable de todos. Mas pocas veces podía disfrutar de aquel t32

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