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principio a su sermón. De pronto, el cielo co– menzó a oscurecerse. Nubes negras y compactas cubrían ya el firmamento. Brillaron algunos relámpagos y tras ellos sonaron los estampidos de los truenos. Algunos· de los oyentes se sentian amedrentados y empezaron a desfilar. Fray Antonio temió que se marcharan todos sin recoger el fruto espiritual de su predicación. Entonces, alzó más la voz, la cual -resonó por todo el valle y los calmó diciendo: -Hermanos, os ruego que permanezcáis quie– tos en vuestros lugares, porque la tempestad no os hará daño alguno. El auditorio permaneció tranquilo escuchando el sermón de Fray Antonio. Entre tanto, en la ciudad y sus alrededores se desató una lluvia torrencial. En el Valle de las arenas no cayó una gota de agua. La lluvia de la divina gracia se había derramado sobre aquellos hombres que habian escuchado con santo recogimiento la palabra de Dios predicada por Fray Antonio. Aunque el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas devoraba el alma de Fray Antonio, en medio de su actividad apostólica 131

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