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y conquistaba las almas para Dios. Sus palabras, sus confesiones, sus milagros, sus hermosos ejem– plos de virtud, todo, todo se convertía en suavísi– mas redes con que atraía y cautivaba los cora– zones en los que prendía el fuego del amor de Dios, en que ardía el suyo. Pero a veces, el celo de la gloria de Dios, que devoraba su alma, le llevaba a corregir con santa energía los desórdenes y desarreglos que notaba a su paso. Se hallaba en Bourges. Se celebraba alli un Sínodo Diocesano, al que Fray Antonio había sido invitado para que tomara parte activa. Por desgracia, el Arzobispo de Bourges llevaba una vida nada ejemplar. Por revelación de Dios, mientras predicaba, se entera Fray Antonio de la ruindad espiritual del Arzobispo. Entonces, con prudencia, pero con santa valentía, se atrevió a encararse con él, a fin de moverle a penitencia y obligarle a retractar sus costumbres. En medio de un elocuente sermón, que tuvo en la apertura del Sínodo, por divina inspiración se volvió al prelado para decirle: -A ti hablo, señor Prelado. A continuación, se expresó con tal ardor y citó textos de la Sagrada Escritura tan claros y convincentes, que el Arzobispo se sintió honda– mente conmovido. Comenzó a llorar amarga- 123
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