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mente, desarrollando una amplia actividad apos– tólica. Formó intelectual y espiritualmente a los estudiantes y los dispuso a combatir eficazmente b hereHa. No cejó en su lucha contra los albigenses. Discutía con ellos día y noche. Les exponía con toda claridad el dogma católico. Refutaba sus objeciones, y en todo mostraba una admirable ciencia teológica y una fuerza de persuasión tal, que llegaba a los más bajos fondos de las conciencias de sus adversarios, dejándolos admirados y confusos. Daba clase, predicaba, confesaba, hablaba con los sacerdo– tes, con los fieles. Parece que se olvidaba de sí mismo para hacer el bien en los demás. Mas este olvido de sí mismo ganaba las simpatías de todos, y según afirman antiguas crónicas, Fray Antonio era "bendito de Dios y amado de los hombres". La estancia en Tolosa fue breve,· pero copiosa en fruto apostólico. No se cuentan milagros obradQs por el Santo en aquella ciudad. Pero él mismo era ya un milagro viviente y continuo. Aquel trabajo constante, aquella ·extraordinaria siembra evangélica, aquella conquista de almas no eran sino una bendición del cielo, con lo que el Señor manifestaba sus gracias y favores por donde quiera que Fray Antonio asentaba su sandalia de apóstol. 111

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