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Tenía el Santo un libro que conservaba en gran estima. Era un Comentario de los Salmos. Hay quienes afirman que estaba compuesto por él mismo. Lo cierto es que había escrito en él varias notas y que se servía de él para dar sus lecciones, para predicar y hasta para hacer su propia meditación. Un novicio, tentado de dejar la Orden y volverse al siglo, pensó que aquel manuscrito de Fray Antonio le sería de gran utilidad. Tal vez podría venderlo y le darían una gran suma de dinero. Una noche, entró a hurtadillas en la celda de Fray Antonio, cogió aquel libro y se dio a la fuga. Al darse cuenta el Santo de aquel robo alevoso, lleno de pena por la desaparición de su libro predilecto, acudió a la oración y pidió al Señor con todo fervor hallar de algún modo el libro desaparecido. En el instante mismo en que Fray Antonio oraba, el novicio fugitivo fue detenido en su carrera. Iba a pasar un río. De repente, se le presenta un hombre de horrible aspecto con un hacha encendida en la mano, el cual con voz temblorosa y amenazantes adema– nes, dijo al novicio atrevido: -En nombre del Señor del universo, restituye lo robado, si no quieres que te precipite en el abismo. Lleno de espanto, el novicio volvió sobre sus 108
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