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felizmente con la victoria de los que combatían la herejía, sin embargo, ésta, en vez de extin– guirse, cada dia echaba más hondas raíces y seguía dando muestras de pujante vitalidad. El Papa continuaba lamentando aquel mal terrible para la Iglesia de Francia y se esforzaba por poner remedio a aquel estado de cosas, con todos los medios que su celo le sugería. El 14 de diciembre de 1223, Honorio III envió al Rey Luis VIII una carta, en la que le expresaba el dolor que sentía al ver que habían resultado poco menos que inútiles todos los esfuerzos que se habían puesto para extinguir la herejía, la cual continuaba extendiéndose de forma que amenazaba contaminar todo el reino de Francia. Exhortaba al Rey y le conjuraba a que consa– grara las primicias de su reinado a trabajar cuanto pudiera por la causa de Cristo prestando ayuda espiritual y material a la santa Iglesia Romana. Al mismo tiempo que solicitaba la ayuda del Rey, organizó un equipo de predicadores llenos de celo apostólico, adornados de vasta ciencia, esclarecidos por la santidad de vida, a fin de que pudieran rendir a aquellos herejes a la fe católica con su doctrina y ejemplo. A este fin, escribió a la Universidad de Paris pidiendo su colaboración para que hombres 105

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