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El Sur de Francia estaba por aquella época infestado por la herejía de los albigenses. Estos herejes pretendían resucitar el antiguo Mani– queísmo. Negaban muchos de los dogmas de la fe católica. Combatían la divinidad de Jesucris– to. Se burlaban de los sacramentos. Considera– ban el matrimonio como cosa diabólica. Su doctrina, disparatada, solía ir acompañada de una vida llena de las más repugnantes livian– dades. No obstante, esta herejia se había infil– trado en el pueblo de forma que era muy dificil combatir sus errores y vicios. Se habían probado ya varios medios para la reducción de aquellos herejes, pero no dieron el resultado apetecido. Se habían presentado en el campo de la herejia diversos Legados Pontificios. Mas éstos iban acompañados de magnífico boato. Llegaban rodeados de caballos y palafre– neros, y así tuvieron rotundo fracaso. Tras esto, acude Santo Domingo con su pobreza y santidad de vida y, a pesar de su actividad incansable y de su fervoroso celo, aún después de sus triunfos, la herejía seguia haciendo sus estragos. El Papa Inocencio III intentó reducirlos por la fuerza. Con este fin, el 16 de noviembre de 1207 se dirigió al Rey Felipe Augusto y a los príncipes y nobles señores, convocándolos a una cruzada contra los herejes: Y aunque la cruzada terminó 104

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