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Apenas terminó de hablar, el rostro de Margari– ta comenzó a palidecer, sus ojos se quedaron mi– rando fijamente al infinito y, al volver de aquella especie de éxtasis, exclamó: - Padre mío, una gran desgracia acaba de so– brevenir sobre el reino de Escocia. Y dicho esto cayó sobre un sillón desfallecida. La alarma cundió por todo el palacio. Damas y caballeros rodearon inmediatamente a la afligida reina, que, con palabras entrecortadas, pidió ser llevada a la capilla para recibir el Santo Viático. Así. se hizo. Apenas recibió al Señor, quedó sumida en dulce éxtasis. Vuelta en sí pidió se la llevase a su dormitorio. En aquel momento apareció el hijo mayor de Margarita que venía del campo de bata– lla. Al ver a su madre se arrojó sobre ella gritando: - Madre, madre... - Hijo mío .~ contestó Margarita-. ¿Qué ha sido de tu padre y de tu hermano? - Mi padre y mi hermano están· muy bien... - No rne engañes, hijo mío... Lo sé todo... Só- lo te pido que me digas cómo murieron. El príncipe rompió a llorar. - Dímelo, hijo mío, que es la voluntad de Dios que tú me lo digas. El joven príncipe, sin poder contener los sollo– zos, exclamó: - Un caballero inglés los mató a traición. -· Ponte cerca de mí de rodillas, hijo mío. Quie- ro verte por última vez. 91

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