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- No, tú no irás al campo de batalla. Haces nmcha falta aquí. Los pobres y los desvalidos te necesitan. Al día siguiente Margarita se despidió de su es– poso. Se abrazaron largamente y al verle desapa– recer Margarita tuvo el presentimiento de que aque– lla era la última vez que le veía. *** Mientras el rey luchaba la reina se ejercitaba en obras de caridad y en rogar por él. Un día llamó al capellán para confiarle un se– creto. - Padre mío '- dijo Margarita -. Creo que voy a morir muy pronto. Creo que mi corazón no es capaz de soportar por más tiempo esta prueba. - Señora - dijo el capellán -, recordad ahora vuestra frase favorita: ¿ Qué es nuestra vida sino un poco de humo que el viento lleva? - Tenéis razón, padre. Mil veces la he medita– do, pero ahora me parece más luminosa que nun– ca. Si he de deciros la verdad siento que el humo de mi vida está a punto de desvanecerse para siem– pre. Quisiera confesarme de todos mis pecados y recibir el Santo Viático. Acompañadme a la capi– lla. No me neguéis este favor. El capellán creyó que se trataba de una pesa– dilla. - Padre, he sentido como si una espada hubie– ra atravesado mi corazón. 90
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