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estos rezos me acostaré. A media mañana cuidaré a los nueve niños pobres que tengo en palacio y después dedicaré un rato largo a enseñarles la doc– trina cristiana y el tiempo que me reste lo emplea– ré en trabajar para los pobres». El capellán dobló el pergamino y se 1o entregó a la reina. - Majestad, me parece muy bien. Margarita se quedó mirando fijamente al sacer– dote, deseosa de decirle algo más. Así lo compren– dió éste y se ofreció a atender a la reina en todo lo que ella le mandase. - ¿No me concederéis algunos minutos para platicar con vos acerca del negocio de mi aima durante esas horas perdidas, tan frecuentes en los palacios de los reyes? El capellán accedió gustoso y desde aquel día la vida de piedad de Margarita tuvo una nueva mo– dalidad. *** Pero la principal ocupac10n de la reina era la fonnación de su esposo. Malcolm, a pesar de su rusticidad, era en el fondo un niño candoroso y delicado, que sólo se preocupaba de ser atento pa– ra con su esposa a la que quería con toda su alma. Una de sus mayores satisfacciones era poder com– placer a Margarita en todos sus gustos y aficiones. Sabía que la gustaban mucho los libros y un día la dijo muy gozoso: 88

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