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da enfundada. A pocos pasos iba Margarita acom– pañada de algunas damas de calidad y de sus don– cellas más íntimas. Vestía de púrpura y los adornos y alhajas eran incontables. Pero lo que más llama– ba la atención de todos era su mirar dulce y su mo– destia extraordinaria. Ante el altar mayor el señor obispo, con los atributos po11tificales, bendijo a los nuevos espo– sos. Malcolm entregó a Margarita el anillo de oro y la pulsera de brillantes y el prelado les dio la ben– dición. Así pasó Margarita a ser reina de Escocia. Mientras Malcolm trazaba p 1 a ne s guerreros, Margarita seguía su vida sencilla de sacrificio. Cierto día llamó al capellán de palacio y le hizo es– ta confidencia : - Padre, estamos en el santo tiempo de Cuares– ma y quisiera me diese permiso para hacer algu– nas penitencias ... - ¿Qué penitencias son esas, majestad? - pre– guntó el sacerdote un tanto preocupado, pues cono– cía muy bien el espíritu de la reina. Margmita entregó al capellán un escrito en el que se leía: «Me levantaré a media noche a rezar el Oficio de la Santísima Trinidad y el de la Santa Cruz; a continuación, el de la Santísima Virgen y el de Di– funtos, y, para terminar, todo el Salterio. Al acabar 87

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