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salones y entre las intrigas cortesanas. ¿Acaso tú no podrás ser lo que ellas fueron? La frase de San Agustín, recriminándose a sí mismo su cobardía, cuando las pasiones le atosi– gaban, tiene hoy también su actualidad. «¿Acaso no podrás tú lo que éstos y éstas?» Y al hablar así se representaba en la imaginación un ejército de mártires y vírgenes de toda edad, cla– se y condición, y con estos ejemplos salió definiti– vamente de su vida de pecado. También tú, lectora, al terminar de leer estas breves historias, podrás decirte a ti misma con la misma razón que lo decía San Agustín. «¿Pero no podré yo hacer lo que estas muje– res lzícieron? ¿No tuvieron la mayor parte de ellas más dificultades que yo para ser santas? Pues si ellas lo son, también yo puedo serlo». No envidies la sangre azul que corrió por las venas de estas heroínas, pero sí imítalas en las vir– tudes que practicaron. ¡ Que su ejemplo te sirva de estímulo para saber luchar y vencer en la vida! Si no eres noble en la sangre, al menos trata de serlo en la virtud. La verdadera nobleza no está precisa– mente en los blasones ni en los pergaminos, sino en el espíritu. « Virtud es nobleza», dice un adagio. Más que la nobleza, de su sangre, es la nobleza de su virtud, lo que la historia recuerda en estas mujeres cuya vida vas a leer. ¡ No hay nobleza mejor que la de ser hijo de Dios! 6
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