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Malcolm escuchó atentamente las palabras de Edgardo, pero al mismo tiempo se sintió prendido de la gran hermosura de la joven Margarita. - Mucho me ha impresionado vuestro triste re– lato, hijos míos - dijo Malcolm con ternura-, y po– déis estar seguros, tanto tu hermana como tú, de que haré por vosotros cuanto esté de mi parte. También sé yo de amarguras y destierro, por eso quizá nadie. mejor que yo sepa compadeceros. Mi palacio es vuestro también. En él podéis hacer vues– tra vida como en casa de vuestro ilustre padre y sa– bed que, mientras la Providencia no disponga otra cosa, podéis seguir en mi compañía. Los dos hermanos agradecieron a Malcolm su gentileza y se despidieron de él afectuosamente. Cierto día Edgardo tuvo con su hermana esta secreta confidencia : - Querida hermana, creo que el cielo nos hizo arribar a estas costas de Escocia con algún· fin es– pecial. - Todos los acontecimientos por insignifican– tes que parezcan tienen en la mente de Dios una finalidad - replicó Margarita. - Te digo esto - añadió Edgardo -, porque me parece que el rey está enamorado de ti. - ¿ Te ha insinuado algo? - preguntó Marga– rita con los labios temblorosos y roja como la gra– na. - No me ha dicho nada claramente, pero he visto en él detalles que sólo se explican en una per- 85
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