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mi cuerpo con ricos atavíos, pero ahora que voy a desposarme con el Rey del cielo, me basta este po– bre hábito que llevo. Sólo una gracia os pido : ser enterrada junto a mi difunto esposo. Cunegunda cerró los labios para siempre. Su cuerpo quedó hermosísimo y su alma entró glorio– sa en el cielo. Y dice la historia que, cuando la santa empera– triz iba a ser colocada junto al cuerpo de su santo esposo, se oyó una voz misteriosa que dijo clara– mente: - «Oh virgen, haz lugar a una virgen». Y aña– de la misma historia que el cuerpo del emperador muerto hacía catorce años, se retiró a un lado de– jando espacio suficiente para poder colocar el fé-– retro de su esposa. 82

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