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esto lo ha permitido el Señor para que nos amemos más durante los años que nos resten de vida. *** En la ciudad de Roma seguía el Papado en ma– nos de nepotismos egoístas. Los dos aspirantes a la tiara pontificia se dirigieron a Enrique como pro– tector. El emperador se inclinó a Benedicto VIII, el cual, en señal de agradecimiento, coronó a Enri– que y a su esposa Cunegunda con la corona impe– rial. Los virtudes de los dos esposos llamaron la atención en la corte pontificia. El Papa los recibió con cariño y les encomendó la propagación de la Iglesia de Cristo por su dilatado imperio. Los san– tos esposos cumplieron a la letra la recomendación del Papa y, vueltos a Alemania, edificaron a expen– sas suyas muchas iglesias y monasterios, sobresa– liendo entre todas la catedral de Bamberg, que el mismo Benedicto VIII consagró. *** Era el año 1024. En el palacio imperial se supo la triste noticia. Enrique II, el Santo, acababa de expirar. Como buen cristiano recibió los auxilios espirituales de la Religión y, llamando a su esposa junto a su lecho dij o a todos los que asistían a aque– lla escena, bañada de ternura : - Señores míos: Hace más de veinte años que que me encomendasteis esta virgen de Jesucristo y 80
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