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palacio a los cortesanos, caballeros y clérigos pa– ra que sea sometida a juicio mi vida. La asamblea se reunió como Cunegunda desea– ba. Todos acudieron rápidamente. Entre los que asistieron al llamamiento del emperador estaban también los detractores. Sobre un estrado uno de los secretarios de palacio se levantó y leyó : «Su majestad el emperador, nuestro señor, ha invitado a todos los presentes para dictaminar sobre un asunto que le interesa a él sobremanera. A sus oídos ha llegado la noticia de que su esposa la emperatriz, desoyendo la voz de su conciencia, le ha sido infiel aprovechando la ausencia del em– perador en la campaña que acaba de terminar tan felizmente, y el emperador nuestro señor, desea saber vuestra opinión en tan delicado asunto». Un silencio de muerte reinó en el salón. Toaos se miraron unos a otros sin saber qué hacer. Los calumniadores bajaron los ojos avergonzados. Cu– negunda, viendo que nadie se atrevía a romper aquel silencio, se adelantó al centro del salón y dijo así a los asombrados concurrentes: - Ya que nadie se levanta a hablar lo haré yo. El cielo es testigo de que no he cometido jamás el crimen de que se me acusa. Pero para que los enemigos de mi esposo y míos, queden confundi– dos ante esta numerosa asamblea, traed doce re– jas de arado candentes y sobre ellas caminaré con los nies desnudos. Espero que Dios me ha de ayv– dar en esta prueba. 78

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