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princ1p10 a creerlo, pero ante los hechos. Hemos querido decíroslo antes que entraseis en Bamberg para evitar un disgusto ... *** La entrada del emperador fue apoteósica. Las banderas de la victoria flotaban alegremente a to– dos los vientos. Todos cantaban y gritaban llenos de entusiasmo, todos estaban contentos, menos el emperador. Al llegar Enrique a la puerta de palacio Cune– gunda se arrojó sobre él con los ojos arrasados en lágrimas ... Enrique la miró despectivamente y no pronunció ni una sola palabra... Cunegunda, extra– ñada de aqueila frialdad, se atrevió a preguntar a su esposo: - ¿Qué os pasa, señor y esposo mío, que no me habláis en un momento tan feliz para los dos? 1- No soy yo quien debe decirlo, sino vos - con– testó Enrique con voz severa -. Tu conciencia es 1a única que puede decir la verdad. - Mi conciencia está tranquila - repuso Cune– gunda, sin acertar a explicarse aquella rara contes– tación. Enrique penetró en palacio, se retiró a una de sus habitaciones y su esposa con él. - ¿Qué has hecho durante mi ausencia? - la preguntó Enrique sin levantar los ojos del suelo. - ¿Qué he de hacer?, rogar por ti al Señor pa- 76

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