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llegada con fiestas y torneos y esperaron impacien– tes el resultado de la visita. El obispo se presentó ante el emperador con to– da la delicadeza que su alto cargo le pedía, pero al mismo tiempo con la suficiente energía para poder conve11cerle. - Majestad - le dijo -. Me he enterado por al– gunos nobles, que tenéis hecho voto de castidad y es– to, si bien hablándolo en general es muy agradable a Dios, no lo puede ser de vuestra majestad que tenéis que mirar por el bien de vuestros súbditos. Sé que os costará renunciar a ese voto, pero yo, en virtud de la potestad divina que tengo, puedo dis– pensaros de él. El emperador que había escuchado respetuosa– mente al señor obispo, se levantó de su trono y di– jo al prelado: - Pues vos, señor obispo, creéis que debo con– traer matrimonio, os obedeceré por amor de mi pueblo. - ¿ Y ya habéis pensado en la mujer que habéis de elegir para esposa? - preguntó el obispo. - La mujer que yo tome para esposa ha de ser modelo de virtudes. - Pues entonces, señor, nadie mejor que la hi– ja de los condes de Luxemburgo. El obispo salió del palacio del emperador satis– fecho de su visita. La sucesión en el imperio estaba en principio asegurada. Los nobles felicitaron efu– sivamente al prelado y se sintieron tranquilos. 72
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