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dia y podéis estar orgulloso de vuestros súbditos. Pero hay algo que quisiéramos decir a vuestra majestad... Es ley de vida, señor, que ni los e:mpe- 1:adores ni los vasallos son eternos, o lo que es lo, mismo, vos podéis morir cualquier día y sería muy triste que al no tener sucesor en la famil~a, pasase vuestro reino a manos extrañas. Enrique miró fijamente al caballero y le pre– guntó: ¿ Es que deseáis que contraiga matrimonio? - Eso queríamos decir, majestad. - Pues sabed, caballeros, que he consagrado a Dios mi cuerpo. - Los votos de los emperadores deben estar sometidos a las leyes del Estado - insinuó suave– mente el caballero -. La Santa Iglesia, por medio de sus ministros, dispensará a vuestra majestad de ese voto que habéis hecho ... - Si la Santa Madre Iglesia cree oportuna la dispensa, estoy resuelto a obedecer. Los caballeros salieron satisfechos de la presen– cia del emperador. Ellos harían lo posible por con– seguir la dispensa del obispo de iMaguncia y ellos también elegirían la princesa más conforme con las ideas del emperador. Fueron, pues, al palacio del obispo, le expusie– ron el caso, y el obispo prometió hablar con el em– perador sobre el asunto de su matrimonio. El día que llegó el obispo fue de auténtica satis– facción, sobre todo para los nobles. Celebraron la 71

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