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se está haciendo ton vos, me ha obligado a reali– zar tan peligrosa aventura. El arriesgado descenso al foso se hizo según los planes previstos. Al descender el capellán indicó a Adelaida unos matorrales donde debía permanecer escondida con su criada hasta nueva orden. El ca– pellán se despidió y desapareció entre la espesura del bosque. Poco después de amanecer, las dos mu– jeres sintieron el galopar de algunos caballos. Eran los enviados de Berenguer que corrían en persecu– ción de Adelaida. Las dos mujeres contuvieron la respiración. Una vez alejado el peligro y creyéndo– se más seguras, se dispusieron a tomar algunas viandas que habían sacado al huir. Pero lo que las preocupaba grandemente era el paradero del ca– pellán. ¿ Le habrían descubierto? Y si esto fuera verdad, ¿ qué iban a hacer ellas solas en aquella es– pesura? Llegada la noche vieron una pequeña lancha que atravesaba el lago en dirección a donde ellas esta– ban:. Eran unos enviados del capellán que traían la misión de trasladar a tierra firme a las dos mu– jeres. Subieron a la barca y los remeros emprendie– ron el camino de regreso. La luna era clara y el lago parecía un inmenso espejo iluminado. Al llegar a la orilla opuesta sintier¿n la voz del capellán que gritó con todas sus fuerzas : - Majestad, estamos a salvo. El capellán pagó largamente a los barqueros sus servicios y después, dirigiéndose a Adelaida, la dijo: 67
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