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qué quieres, le contestas que la reina quiere hacer confesión general de sus culpas. Igunda salió dispuesta a cumplir fielmente el mandato de su señora. Al ve:da en el pasillo el soldado de guardia se acercó a ella y la preguntó: - ¿ Qué se os ofrece y qué buscáis a estas horas? - Busco al padre capellán - contestó !gunda - pues mi señora está inquieta y quiere hacer con- fesión general de sus pecados. - Mañana: cuando sea de día - repuso el sol– dado secamente. - ¿ Y por qué no hemos de darla este gusto ahora mismo? - repuso Igunda. El soldado quedó pensativo y al mismo tiempo Igunda puso en sus manos una preciosa alhaja. - Tomad esto de parte de mi señor y no hable– mos más. Pocos momentos después Adelaida, apoyada en el hombro de su fiel sirvienta, se dirigía a la. habi– tación del capellán que la esperaba impaciente. - Mirad, señora - dijo el sacerdote - la soga que he preparado con mis vestidos rasgados para descender al foso del castillo. La primera que debe hacerlo es vuestra criada, después vos y últimamen– te bajaré yo. Adelaida no acababa de salir de su asombro. - ¿ Cómo se os ha ocurrido todo esto, padre mío? - El deseo de veros libre de esta injusticia que 66
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