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* * * Pasaron días y meses. Adelaida siguió pns10- nera en el castillo. Sólo una cosa bastaba para ter– minar aquella vida de privaciones : renunciar al derecho de ser reina ; pero esto no lo podía hacer sin traicionar a su esposo difunto y a su misma conciencia. Pared por medio vivía el capellán de la prisión. Adelaida le veía con frecuencia y pasaba con él grandes ratos hablando de cosas espirituales. El virtuoso sacerdote conocía la inocencia de Adelai– da y pensó libertarla de alguna manera. Una noche sonaron unos golpes en• la pared. Adelaida se asomó a la ventana y preguntó en voz baja: - ¿ Desea algo, padre? - Sí, majestad - contestó el capellán -. Si lográis llegar hasta mi habitación sin que nadie os vea, seréis libre. Adelaida creyó que aquello era un sueño, pero ante la insistencia del capellán se dispuso a poner en práctica la peligrosa aventura. La noche era tranquila. La luna iluminaba el bosque donde se elevaba el castillo. La fuga no obs– tante tenía un •gran obstáculo : atravesar el lago Garda. ¿ Cómo vencería tamaña dificultad? Confian– do en que el capellán tendría muy bien estudiado el caso, llamó a Igunda, y la dijo sencillamente: - Sal al pasillo y vete a la habitación del padre capellán. Si alguno de los vigilantes te pregunta 65 5. --· Sangre azi!l

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