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ensordecedores, llegó Vila al castillo prisión. Uno de los que acompañaban a Vila gritó, mientras da– ba fuertes golpes en la puerta: «Abrid a la esposa del rey». Chirriaron los cerrojos, se abrió la puerta y las dos mujeres se encontraron frente a frente. - ¿ Qué queréis de mí, señora? ,_ preguntó Ade– laida sin perder la serenidad. - Vengo a traeros vuestra libertad - dijo Vila. - ¿ Habéis señalado ya el precio de mi rescate? - volvió a preguntar Adelaida. - Vuestra libertad no es a cambio de dinero, sino de comprensión. Mi esposo os estima en lo que merecéis y por mi medio os envía estos vesti– dos y estas alhajas, que son dignos de una reina. No quiere que permanezcáis por más tiempo en esta inmunda prisión y os ofrece un puesto honorí– fico en su palacio ... - ¿ Y qué pide de mí el rey a cambio de tanta generosidad? - Una cosa solamente; que renunciéis al dere– cho de ser reina de Italia. - Señora - dijo entonces Adelaida con solem– nidad - devolved al rey sus regalos y decidle que la esposa del rey Lotario - que en santa gloria ha– ya - es y seguirá siendo reina de Italia. Vila se retiró disgustada y en su corazón de mu– jer prometió vengarse de Adelaida. 64
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