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su parte que es necesario renunciéis cuanto antes al reino de Italia. Adelaida miró un momento al emisario, como para dar tiempo a su respuesta e inmediatamente, sin inmutarse, le dijo con energía: - Id y decid a vuestro rey que yo jamás renun– ciaré a mi derecho de ser reina. El caballero se retiró y Adelaida cerró la puerta. Pasaron algunos días. Berenguer volvió a man– dar emisarios a la prisión con idéntico propósito, pero todos recibieron de la joven reina la misma repulsa. Un día Berenguer recibió, cuando menos lo esperaba, una grata sorpresa. Vila, su mujer, se ofreció a tratar personalmente .con Adelaida el asunto de la abdicación. Lo que no habían conse– guido las visitas diplomáticas, tal vez lo consegui– ría la astucia femenina. - ¿Estás segura de conseguir tu propósito? - preguntó Berenguer con mal disimulada alegría. - Otras cosas más difíciles he logrado - dijo Vila orgullosamente. - ¿Necesitas quien te acompañe para mayor se– guridad? - preguntó Berenguer. - No, no quiero a nadie - contestó ella-, me basta mi corazón de mujer. * * * Al día siguiente, muy de mañana, se oyeron gri– tos y vivas al rey Berenguer. Todos creyeron que Adelaida había cedido. Cuando los gritos eran más 63
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