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Allí permaneció algún tiempo, empleada en ac– tos de piedad y rogando por sus hijos. Un día Otón y su hermano Enrique cayeron enfermos de grave– dad. Inmediatamente pensaron que el Señor les mandaba aquella enfermedad en castigo del trato que daban a su madre. Otón mandó emisarios al castillo de Engern a fin de suplicar en su nombre a la emperatriz que regresase cuanto antes. Matilde, que ante todo era madre y cristiana, olvidando las humillaciones pasadas, regresó contenta al lado de sus hijos para no volver a separarse de ellos. Los últimos años de la vida de Matilde fueron entristecidos por los acontecimientos políticos. El poder civil y el eclesiástico de tal modo llegaron a mezclarse en la persona de los Papas aquel tiempo, que los jefes de la Iglesia más parecían príncipes terrenos, siempre prontos a defender sus Estados, que jefes espirituales de la sociedad fundada por Jesucristo para salvar las almas. Tal fue el caso del Papa Juan XII, aliado con Otón, en contra de Berenguer. El Papa, en premio al favor recibido de Otón, le coronó emperador en la fiesta de la Candelaria del año 962. Estas buenas relaciones entre el emperador y el Papa duraron poco tiempo. El ligero Pontífice se alió con los ene– migos de Otón el cual entró en Roma resuelto a dar una lección al Pontífice. Convocó un Concilio en San Pedro y depuso a su enemigo haciendo elegir en su lugar a León VIII. La piadosa emperatriz lamentaba estos desagra- 59

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