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be ir contra la justicia. Por tanto desde hoy, no sólo quedan reducidos esos gastos, sino que darás cuenta de ellos. Nunca pensó Matilde que pudiesen salir seme– jantes palabras de los labios de su hijo. No obs– tante, sin perder la serenidad, le contestó : - Hijo mío, sé que no eres tú, sino tus enemi– gos, los que han inventado esta patraña. Yo nunca he gastado nada del erario público ni para mis po– bres, ni para las demás obras de caridad que he hecho, pues el dinero que he empleado lo recibí como dote de tu difunto padre; no obstante, ya que así es tu voluntad, obedeceré. Otón sintió vivamente la contrariedad causada a su madre, pero por contentar a los nobles, siguió el camino comenzado y desde aquel día Matilde no volvió a disponer por sí misma ni de la más míni– ma cantidad de dinero. Pero la envidia, que no se sacia con nada y se hace más intransigente cuantos más triunfos con– sigue, se cebó en la santa emperatriz de una manera cmel. Un día Matilde se vió sorprendida por una orden del emperador, en la que se la ordenaba tras– ladarse inmediatamente al castillo de Engern. Ma– tilde sufrió pacientemente aquel terrible atropello, y esta vez, antes que quejarse a su hijo, al cual veía completamente dominado por sus enemigos, optó por el silencio. Rodeada de soldados, como si fue– ra uno de los mayores enemigos del Estado, fue trasladada al solitario castillo de Engern. 58

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