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bién un dia tendrás que dejarle, como hoy lo deja él, para descender a los horrores del sepulcro. Es– to quiere decir que debes gobernar como si al día siguiente tuvieras que dejar de hacerlo. El joven príncipe escuchó silencioso las pala– bras de su piadosa madre y nunca se olvidó de tan conmovedora escena. * * * Después de la coronac10n de Otón, Matilde se consagró con más interés a su obra favorita: el ejercicio de la caridad con los pobres. Pero lo que nunca pudo sospechar es que esto precisamente fuese la causa de uno de sus mayores sufrimientos. El joven emperador, falto de experiencia y de años, no tardó en ser envuelto por algunos ambi– ciosos que llegaron incluso a indisponerle con su propia madre. Le echaron en cara los grandes gas– tos que la emperatriz hacía bien en limosnas, bien en edificar y restaurar iglesias y monasterios. De tal manera le pintaron las cosas, que el joven em– perador llegó a convencerse de que su madre por aquel camino llevaba el imperio a la ruina. Cierto día la llamó y, haciéndose gran violen– cia, pues la amaba muchísimo, la dijo así: - Madre mía, estoy enterado de que las limos– nas que das a los pobres y el dinero que inviertes en edificar y restaurar monasterios y templos, son cuantiosos. Has de saber que la caridad nunca de- 57

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