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poco tiempo entregó a Radegunda el hermoso him– no que comienza « Vexilla regis prodeunt», que la Iglesia canta en su liturgia del Viernes Santo. El año 587 murió Radegunda. Entre los que asis– tieron al sepelio uno de ellos fu.e el dulce obispo de Tours, San Gregario. He aquí como nos ha tras– mitido la ·impresión que en él produjo tan triste escena: «Cuando entré en la alcoba, donde hacía dos días había muerto Radegunda, la encontré echada en el féretro y su rostro brillaba con una belleza que a su lado eran sombra la de los lirios y la de las rosas. Doscientas religiosas rodeaban el glorio– so féretro. Cuando pasamos bajo los muros del monasterio, camino del cementerio, las religiosas despedían a su reina desde las ventanas de las to– rres y desde las almenas. Al volver al monasterio la abadesa me condujo por todos los lugares que había frecuentado la bienaventurada en sus lectu– ras y oraciones. Y me decía: - Entrarnos en su celda, pero ella ya no está allí. Este lugar en que ella se arrodillaba para im– plorar con lágrimas las misericordias de Dios, pe– ro nuestras miradas ya no encuentran su rostro amado. En este libro nos hacía lectura, pero nues– tros oídos ya no escuchan sus palabras empapadas en sabiduría divina. Esta es la rueca que manejaba entre ayunos y lágrimas abundantes, pero ya no vernos sus dedos santificados. Al pronunciar estas palabras el llanto brotaba de nuevo y volvían a ern- 52

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