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- Cuando se trata de salvar el alma no debe haber ningún compromiso que justifique el perder– la... Diálogos como éste se repetían con frecuencia. Un día el rey, llevado de su temparamento ira– cundo, llegó a insultar a su santa esposa. - ¡ Ojalá nunca te hubiera conocido - la dijo -. Me he casado con una monja en vez de casar- me con una reina ! Radegunda sufría pacientemente los insultos del rey y trataba por todos los medios de cambiar al esposo calavera. Es verdad que Clotario apenas veía en ella la menor sombra de tristeza, la colmaba de caricias y de regalos, pero al poco tiempo volvía a sus ha– bituales desórdenes. Radegunda no pudo soportar por más tiempo semejante humillación y pensó abandonar oculta– mente a su esposo. Un trágico suceso vino a acele– rar su determinación. Estaba la reina en sus habitaciones cuando al- guien llamó urgentemente a la puerta. - Adelante - gritó Radegunda. - Majestad, majestad... ,_ ¿Qué sucede? - El rey acaba de cometer un crimen horrendo. - ¿El rey? - preguntó Radegunda horroriza- da. - Sí, majestad. Ha mandado dar muerte a vuestro hennano. 48

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