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por la esperanza de volver a mi amada tierra de Tu– ringia, me haya prestado al juego de vuestros ene– migos. - Estás perdonada - contestó Clotario que no pensaba más que hacerla su esposa. Despójate de esos pobres vestidos y vuelve a mi palacio donde te esperan todos para la boda. En cuanto a mis ene– migos yo sabré darles el pago merecido. Al día siguiente, en la capilla del palacio de Soi– son, la bella Radegunda dejó de ser princesa de Tu– ringia para comenzar a ser reina de los francos. Clotario se sentía feliz con su nueva esposa y ésta, por su parte, trataba de complacer en todo a su marido. Pero, pasados algunos meses, el rey vol– vió a su vida disipada. Rad.egunda soportó pacien– temente la terrible prueba y no tuvo ni una palabra de reproche, antes al contrario, se esforzó en mos– trarse con él cariñosa y complaciente. Un día Clo– tario notó que la hermosura de su joven esposa se iba marchitando palpablemente y temió por su sa– lud. - ¿No eres feliz en mi palacio? - la preguntó. - Lo sería si tu fueses para mí lo que debes ser - contestó ella sollozando. - Ya sé a qué te refieres, pero es que la vida de un rey... -Los reyes, como los vasallos, tienen un alma que salvar... - Hay compromisos en la corte que son difíci– les de vencer... 47
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